Por Mariana Hijar
Gracias a la afortunada serendipia de Mariana Hijar, estudiosa destacada de la obra del compositor mexicano. ¿Qué secretos se esconden detrás de esta misteriosa ópera? ¿Qué es el nacionalismo posrevolucionario a la luz de “la boca de la amapola florecida”? ¿Cuáles son los conflictos políticos implicados en la obra, tras haber ganado el premio del Concurso Nacional de Ópera en 1921? Xúlitl simboliza, sin duda, la dialéctica de la conquista, así como los tres hitos de la historia de México: porfirismo, revolución y posrevolución. Xúlitl es la prueba de que, muchas veces, el discurso social del arte está al servicio del poder del Estado.

Durante el porfiriato, el arte plástico participó de manera vigorosa en el ímpetu por crear una idea de nación mexicana, muchas veces afincada sobre una noción idealizada de la historia del México prehispánico, en donde se buscó crear una semejanza del pasado indígena con el pasado clásico.1 Esta idealización fungía asimismo para fines políticos, por lo que era menester quitarle al pasado prehispánico cualquier connotación de barbarie, y transformarlo en cambio, en símbolo de poder y alta civilización “asimilándolo a los llamados principios universales, como la soberanía y el heroísmo.”2 La eficacia de dicho vigor de la plástica se puede observar en la consolidación de una escuela de pintura que abanderaron José María Velasco (1840-1912), José Obregón (1838-1902), Leandro Izaguirre (1867-1941) y Dr. Atl (1875-1964), entre otros, quienes asimismo, formaron a pintores como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, los cuales, posteriormente, serían parte esencial de la estética del nacionalismo posrevolucionario.
En este contexto, la ópera Xúlitl de Julián Carrillo, ganadora del Concurso Nacional de Ópera convocado por la Universidad Nacional en 1921, resulta un referente único de contraste entre las estrategias de representación del pasado indígena en el porfiriato y la posrevolución, siendo la primera ópera de temática prehispánica compuesta en el contexto posrevolucionario durante los años más álgidos de las políticas culturales vasconcelistas. Dicha obra se sitúa, además, en la fragua de un debate sobre lo indígena, lo prehispánico y lo mestizo, categorías que fueron puntos neurálgicos del “arte nacional revolucionario”.

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Sin duda alguna, la obra de Carrillo es sintomática de los tres momentos más decisivos de la historia de México, porfirismo, revolución y posrevolución. El estudio de su obra nos permite trazar una historia de la sensibilidad de la primera mitad del siglo xx mexicano.

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