Por José Manuel Recillas
¿Cómo se tejen las ideas en las sinfónicas novelas de Thomas Mann? ¿Cómo alcanzan un sentido musical y se convierten en partituras para deleitar a sus lectores? José Manuel Recillas hace notar, en este crítico y apasionado ensayo, un aspecto que los estudiosos de Mann casi no han visto: la musicalidad de su poética. “Un musicar literario” es la escritura para Thomas Mann, quien, entregado al conocimiento de la música de Wagner y la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche, forjó la concepción de la novela como una polifonía, que debemos leer por lo menos dos veces para escucharla y disfrutarla con profundidad.
Lo que hago, mis trabajos artísticos son, si se quiere, siempre, unos y otros,
unas buenas partituras.

El mundo cultural centroeuropeo del pasado siglo ha fascinado al medio cultural mexicano desde hace tiempo; sin embargo, algo se nota cuando nos asomamos a las páginas escritas por la mayoría de nuestros especialistas en la materia: Juan García Ponce, José María Pérez Gay, Sergio Pitol, entre otros. Ese mundo cultural es muchas cosas, pero, sobre todo, a partir de sus propios textos, es silente, afónico. Si algo caracteriza el entorno cultural centroeuropeo es la omnipresencia de la música.
La lista de escritores que tocaban instrumentos y eran capaces de escribir música a un nivel superior al de un aficionado es notable e incluye a figuras de la talla de Karl Kraus y Friedrich Nietzsche, quien de no haberse dedicado a la filosofía podría haber sido un compositor de Lieder del calibre de Hugo Wolf; incluso André Gide llega a recordar su juventud cuando tocaba a Chopin al piano con más que soltura y una de sus más célebres novelas es una abierta referencia a la Sexta sinfonía de Beethoven. Pero si hay un escritor en quien la música tanto como la filosofía son fundamentales para entender la hondura de su escritura, ése es Thomas Mann.

El mismo Mann llegó a decir que él era un músico a medias y de su escritura que era “un musicar literario”. En Consideraciones de un apolítico se lee: “Lo que hago, mis trabajos artísticos son, si se quiere, siempre, unos y otros, unas buenas partituras”. En una carta a su amigo el escenógrafo Emil Preetorius le confesaba: “No soy un hombre visual sino un músico desplazado a la literatura”.
En otro momento confesó: “La música siempre ha ejercido un influjo notable sobre el estilo de mi obra […]. Desde siempre, la novela ha sido para mí una sinfonía, una obra de contrapunto, un entramado de temas en el que las ideas desempeñan el papel de motivos musicales”.
Te invitamos a leer el artículo completo a continuación:

Puedes encontrar más artículos como este en la Revista Quodlibet de la Orquesta Sinfónica de Minería: