Por Mario Lavista
¿Cuál es la alianza entre música y poesía? ¿En qué espacio y en qué tiempo se abrazan? La poesía va, con toda su verdad a cuestas, buscando tierra y cuando la encuentra, entre sueños, siente que por fin ha llegado a su origen: a la música. Un texto que forma un pendant y un juego de reflejos especulares con el texto “La palabra y el sonido”, del poeta Fernando Fernández.
La sílaba y el sonido, la palabra y la música, nacieron simultáneamente del corazón del hombre; es por ello que la historia de la poesía se confunde con la historia de la música.
En un pasaje de su libro La música del hombre, el notable violinista Yehudi Menuhin escribe: “La música es nuestra forma de expresión más antigua, más aún que el lenguaje y la pintura: se inicia con la voz y con nuestra necesidad avasalladora de establecer contacto con los demás”. En efecto, si en verdad en un principio fue el verbo, luego entonces, también lo fue el canto. Bien podríamos conjeturar que la sílaba y el sonido, la palabra y la música, nacieron simultáneamente del corazón del hombre; es por ello que la historia de la poesía se confunde con la historia de la música.
Se trata, en última instancia, de una conversación en la que la poesía y la música intercambian y exploran sus mutuos misterios.
Cuesta trabajo imaginar un tiempo en el que no haya existido la unión de la música y la palabra. Pero pisamos aquí terrenos poco firmes: el de la relación entre el texto y la música. Al frecuentar el amplísimo repertorio vocal, nos percatamos de que tal relación no se ha dado nunca a través de normas rígidas e inmutables, sino por medio de un diálogo inteligente, imaginativo y continuamente renovado, diálogo que ha sido resuelto de diversas y, a veces, inusitadas maneras.
La variedad de soluciones, siempre transitorias, que encontramos en la literatura musical, nos lleva a concluir que dicha relación pertenece más al mundo de la imaginación y la fantasía que al de la mera especulación teórica. Se trata, en última instancia, de una conversación en la que la poesía y la música intercambian y exploran sus mutuos misterios. El resultado de esta unión es una suerte de “geografía sonora”, cuya exacta localización me hace recordar estos precisos versos de José Gorostiza: “No es agua ni arena / la orilla del mar”. Es en esa orilla, creo yo, que habita el canto. Dice Rilke en el tercer soneto a Orfeo: “En verdad el cantar es un soplo distinto. Un soplo por nada, un vuelo en Dios. Un viento.”

Naturalmente hay también música no vocal pero con referencias literarias. Pertenecen a este ámbito innumerables obras instrumentales basadas en relatos y mitos, en historias y en cuentos de la más variada procedencia. Pensemos simplemente en los poemas sinfónicos del Barroco y en los del siglo xix, que narran historias o describen la psicología de ciertos personajes.
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El intento del poeta, del artista, de acercarse a lo divino por medio de la perfección, siempre estará destinado al fracaso.

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