Entrevista Quodlibet

La ópera en México en el siglo más confuso

Entrevista con Luis de Pablo Hammeken

Por Fernando Fernández

Esta entrevista radiofónica que Fernando Fernández, editor de Quodlibet, hizo a Luis de Pablo Hammeken, experto en el fenómeno social de la ópera durante el siglo XIX en México, es un entretenido viaje en el tiempo hacia la cotidianidad de un siglo pleno de incertidumbres y laberintos, en el que el público estaba ávido del bel canto traído de Europa, pues no sólo implicaba la idea de civilización, sino que era el momento idóneo para ver y ser visto. Asista a la ‘escucha’ de esta amena charla y tome el pulso de la sociedad decimonónica mexicana.

Vista del Gran Teatro Nacional de México en un grabado del siglo XIX. Fuente: https://es.wikipedia.org

La gente que no podía entrar, tenía acceso a las partituras y entonces, en sus casas, los que tenían un piano, podían interpretar fragmentos de las óperas de moda.

FF: Luis de Pablo Hammeken, un verdadero placer recibirte esta tarde delante de los micrófonos de A pie de página.

LdP: No, hombre, Fernando, el placer es todo mío. De verdad, muchas gracias por invitarme.

FF: La ópera, México, siglo xix… ¿Cómo se perfilan en el género de estudios que tú has hecho –y para los cuales has obtenido un doctorado– estos tres temas?

LdP: Sí, así es. Yo estudié un doctorado en Historia y mientras estaba llevando las clases me di cuenta que… bueno, me interesaba el tema de la vida cotidiana, de la vida diaria de la gente en mi ciudad, en la Ciudad de México, en el periodo que más me apasiona hasta ahora, que es el siglo xix. Y me di cuenta de que los periódicos venían con páginas y páginas dedicadas al tema de la ópera, y la mayoría de mis colegas, que estaban estudiando temas más ‘serios’ –elecciones, revoluciones, guerras, batallas– se saltaban toda esa paja para encontrar con mucho trabajo una agujita. Y yo llegué a pensar: “Pues hay que estudiar también la paja. Si la gente hablaba de esto es porque le importaba.” Y bueno, como además a mí me gusta mucho la ópera también, decidí, pues ¿por qué no? A ver si salía algo de eso. Mi directora de tesis, la Dra. Clara Lida me dijo que ella realmente no creía, no estaba muy convencida de que eso diera para una tesis, sólo la ópera. Me dijo: “Sí, estoy dispuesta a asesorarlo, siempre y cuando esté usted dispuesto a cambiar de tema o a ampliarlo, quizá al teatro en general, porque quizá no haya suficiente material.” Pero pues no. Creo que al final sí la convencí.

FF: Cuando uno tiene una tesis delante se propone dos o tres preguntas para ser contestadas. ¿Qué pensabas que podías encontrar, más allá de que te apasione el siglo xix y te guste particularmente la ópera?

 

LdP: Me interesaba efectivamente la parte de la ópera, pero la parte social. Me interesaba ver quiénes iban. Yo tenía, como supongo que la mayoría se imaginarán, la idea de que era una cosa muy de la élite, casi de la aristocracia. Y me interesaba también porque iban: si iban realmente a escuchar la música, a ver el espectáculo o, más bien, a ser vistos. Y encontré que era un poco de las dos. Y una de las sorpresas que me llevé (porque esto de hacer historia a veces te lleva por rutas inesperadas) es que no era algo tan elitista como yo pensaba. Era algo que llegaba, no a toda la población –la verdad es que no toda la población de la ciudad podía acceder al Teatro Nacional, que era el teatro más importante donde se representaban las óperas– pero sí una parte muy importante de la población. Y además, la gente que no podía entrar, tenía acceso a las partituras y entonces, en sus casas, los que tenían un piano, que no era un mueble nada raro en las casas, incluso de clase media, media-baja, del sigo xix, podían interpretar fragmentos de las óperas de moda. Además llegaban las noticias en los periódicos y todo el tiempo estaban pensando quién iba venir en la próxima temporada, si iba a venir tal diva o tal tenor. Cuando llegaban los recibían como si fueran estrellas de cine. Se juntaban verdaderas multitudes en la estación de tren o afuera del hotel para recibir a las compañías de ópera. Entonces realmente era algo… a riesgo de ofender a algún aficionado… podría decir que era lo equivalente a la música pop de hoy.

FF: Me regreso un poco, Luis de Pablo, y te hago una pregunta que a lo mejor nos puede servir de marco general. Acudiendo a tus propias palabras, has dicho que el siglo xix es la etapa de la historia de México que más te apasiona. ¿Qué tiene de apasionante ese siglo que en general lo percibimos como muy confuso, muy lleno de pronunciamientos, que da cuenta de un país en verdadero desequilibrio?

LdP: Pues para mí eso es justamente lo apasionante: la confusión, el caos. Que no se sabía ni siquiera si iba a ser viable una nación independiente aquí. Y si era viable, no se sabía bajo qué modelo: si iba a ser una república o un imperio, si se iban a respetar las tradiciones del mundo hispánico o colonial, o si se iba a intentar un nuevo modelo liberal, que fue el que eventualmente prevaleció. Y pues justamente ese momento como de incertidumbre… Bueno, a mí en general son esos momentos los que me resultan más apasionantes. Tratar de ponerme en el lugar de la gente de esa época y sentir esa duda de ¿y ahora qué va a pasar?

FF: ¿Qué tanto sabemos, Luis de Pablo, sobre el siglo xix? ¿Se mantiene lo que en términos generales también sentimos sobre los tres siglos de la Colonia, como una época que no nos hemos decidido a estudiar todo lo que merece?

Vista del Gran Teatro Nacional de México en un grabado del siglo XIX. Fuente: https://es.wikipedia.org

LdP: Mira, la cosa con el siglo xix es que se ha estudiado mucho… Quienes hacen historia política obviamente le han sacado mucho jugo. Hay muchas biografías de Benito Juárez, de Porfirio Díaz, de Santa Anna. Desde el punto de vista de la historia política y militar del país, creo que se ha estudiado bastante. Pero se ha dejado un poco de lado, comparado con los que estudian el periodo colonial, se ha dejado un poco de lado la vida cotidiana: ¿qué hacía la gente? ¿qué música oía? ¿a qué fiestas acudía? Como si se interrumpiera la vida diaria por una guerra civil o por un pronunciamiento, cuando pues no es así. La gente sigue viviendo, sigue oyendo música, sigue enamorándose, desenamorándose. Es decir, la vida cotidiana sigue. Y eso es algo que creo que del siglo xix no se estudia tanto. Quizá del porfiriato un poquito más. Pero de la primera parte del siglo xix, digamos entre la Independencia y el ascenso de Porfirio Díaz, se estudia mucha la parte de las guerras y las revoluciones, pero no mucho del arte y de la vida cotidiana.

FF: Mencionaste que era en el Teatro Nacional donde principalmente se acudía a ver ópera. ¿Dónde estaba ese teatro?

LdP: Bueno, se llamó originalmente Teatro Santa Anna. Estaba en lo que entonces era la calle de Vergara, que ahora es la calle de Bolívar, a la altura de 5 de mayo, en un lugar que ahora ya no existe porque lo derrumbaron justo durante la época de Porfirio Díaz, en 1900, para dar paso a la avenida 5 de mayo, que querían hacer una especie de Wall Street mexicana, como un sector financiero. Entonces demolieron el teatro y empezaron a construir un nuevo Teatro Nacional que acabó siendo el Palacio de Bellas Artes, pero que no se inauguró sino hasta la década de los treinta del siglo xx.

Vista del Gran Teatro Nacional de México en un grabado del siglo XIX. Fuente: https://es.wikipedia.org

Te invitamos a leer el artículo completo en la Revista Quodlibet de la Orquesta Sinfónica de Minería:

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