Por Mario Saavedra
Mario Saavedra no hace recordar la singular voz de una de las más relevantes figuras de la ópera del siglo xx, Oralia Domínguez; nos hace recordar el triunfo de su voz en las mejores salas de ópera del mundo, con los mejores directores y la crítica de los más distinguidos públicos. Recordemos a Oralia Domínguez.
Destacada por la bella sonoridad de su emisión, por la sorprendente extensión de su inusual registro que igual le permitía alcanzar sostenidos y hermosos agudos que profundas notas graves de no menos envolvente musicalidad, esta ya histórica mezzosoprano cubrió un no menos amplio y variado repertorio.

La primerísima mezzosoprano Oralia Domínguez (San Luis Potosí, 1925-Milán, 2013) fue capaz de construir una carrera internacional tan sorprendente como extraordinaria, entre otras razones porque lo hizo desde un país que a mediados del siglo pasado todavía dominaba en buena medida el panorama operístico mundial —fue figura indiscutible, por casi diez años, en la propia Scala de Milán—, y esa inusitada conquista la fraguó conviviendo de cerca con auténticas leyendas del ámbito belcantístico, incluso con algunas otras de su propia tesitura que igualmente brillan en el firmamento de lo más granado del arte lírico
Egresada del Conservatorio Nacional de Música donde convivió con personajes de la talla de Carlos Chávez (fue uno de sus primeros más entusiastas promotores), Oralia Domínguez debutó en el Palacio de Bellas Artes en 1945, en el pequeño papel del músico de Manon Lescaut, de Giacomo Puccini, si bien sería hasta iniciada la década posterior cuando confirmaría su protagónica presencia en la escena operística nacional.
Para entonces ya una figura de nuestro espectro belcantístico, en 1951 fue la Amneris en las antológicas funciones de la Aida, de Giuseppe Verdi, de Maria Callas en nuestro país, particularmente famosa una de ellas porque la gran diva griego- neoyorquina se inmortalizaría con su inusitado mi bemol del segundo acto no escrito por el compositor (“el agudo de Bellas Artes”), al lado de otras dos grandes leyendas como el tenor Mario del Monaco y el barítono Giuseppe Taddei, dirigidos por Oliviero De Fabritiis.

Nuestra inolvidable mezzosoprano cantó durante casi un cuarto de siglo en los más grandes escenarios del mundo, compartiendo crédito con otras leyendas que durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta protagonizaron el siempre competido ámbito operístico.
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