Por Antonio García de León
Las olas del mar llevan la lírica popular, tradicional y culta de ida y de vuelta. Lo inesperado del vivir y la certidumbre de lo incierto llevan a estas músicas. Antonio García León nos explica un estudio histórico de las formas musicales del Caribe, para mecer al lector en el vaivén de fantasía y fandango caribeño, antillano, africano, ibérico, esa fiesta cantada y danzada, acompañada de instrumentos de cuerda; esa literatura oral, cuya soporte es un lenguaje compartido, una memoria colectiva que se trasmite de generación en generación. Poesía en movimiento, en variantes, en improvisación. Vivamos este ‘cancionero’ de culturas compartidas, cuyos orígenes se encuentran en el mundo marinero para que sus imprevistas cadencias nos hagan estar más en tierra. Seamos marineros en tierra.
Cualquier objeto se transforma en un instrumento, interactuando con el cuerpo y con la mente y cualquier motivo da pie al argumento poético.
La acústica que el mar improvisa eternamente, el ruido circular e irrepetible de su pulso, el diálogo entre el viento y el estallar de las olas en los farallones apareja el canon de las modulaciones y las cadencias del habla, el ritmo de las caderas al andar. Imprime su huella sobre todo: el acento de la vida, el paso de las horas, los gustos y los sabores. Nunca idéntico a sí mismo monta su escenario cambiante con las horas, respondiendo al reto de la naturaleza con nuevos argumentos, adaptándose y contrapunteando con el horizonte.
Este acompañamiento natural que se respira por los poros, hace que todos los lenguajes converjan en las repercusiones rítmicas que se decantan en la música, cuyo lenguaje simbólico está fuertemente relacionado, en muchos niveles, con el lenguaje natural mismo y con las condiciones de la vida material de los grupos humanos que lo producen. En sus orígenes, corresponde también con un descubrimiento primigenio, en el momento en que el hombre se descubre a sí mismo como un instrumento de música, a través de golpes, palmadas, sonidos, movimientos del cuerpo, gestos que acompañan por encima de la frase al lenguaje verbal, y más claramente en contextos religiosos, en rituales colectivos…

Una lengua común en cantares de ida y vuelta
Cuando penetramos en los barrocos horizontes musicales del Caribe colonial, nos encontramos con un continente múltiple hecho de canturías, controversias y resonancias, una Atlántida de mentalidades construida de fragmentos, cubierta de una gran variedad de indicios que aparecen disgregados en el vasto espacio geopolítico de lo que fueron los reinos de España y Portugal en el periodo colonial americano. Este cúmulo, sin duda, forma parte de un universo en gran medida sumergido, como el pecio de un naufragio de restos dispersados en un estuario de baja profundidad; múltiples sedimentos que muestran una gran vitalidad y coherencia. Estos remanentes habitan a la deriva, tropezando entre sí, en un horizonte común que, como todo hecho cultural, se recrea y se adapta permanentemente sin perder la impronta de sus orígenes.
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Los vestigios del Siglo de Oro en la literatura, y de lo antiguo y lo barroco en la música escrita, se muestran en los instrumentos y en las permanencias de la música popular del Caribe español.

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