Por Alan Heiblum
Ante el rugido feroz del ruido incesante, se alza el alba del silencio; ante voces inútiles, se alzan las melodiosas voces del vacío; ante la evasión del imperio de los acúfenos, se alza el reino silente, ese espacio indecible en el que el ser destella en todo su esplendor. Catemos la espesura de los silencios contemplativos que nos ofrecen estas palabras.
En el imperio del ruido, el silencio es una especie en peligro de extinción, y cuando se extinga, sobra decir, nadie guardará un minuto de silencio.
1. La escandalosa falta de silencio
En el imperio del ruido, el telón de fondo no es el silencio sino un cacofónico collage de alaridos orgánicos, siseos electrónicos y rugidos mecánicos. En el imperio del ruido, diferentes tipos de alarmas se suceden casi volitivas y sin tregua, el volumen escapa incluso de aquellos que fueron “tan amables” como para llevar audífonos, y los vecinos y su mal gusto salen siempre impunes no importa qué. En el imperio del ruido, no hay música porque la música impuesta, esquizofrénica y sin pausa, no es música, es ruido.
2. La olvidada república del silencio
Sartre escribió en La República del Silencio de 1944:
Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana […] Como el veneno nazi se deslizaba hasta nuestros pensamientos, cada pensamiento justo era una conquista; como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros ademanes tenía el peso de un compromiso […] Así se constituyó, entre las sombras y en medio de sangre, la más fuerte de las Repúblicas.


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Vamos por la vida haciendo y deshaciendo sin preguntarnos cómo suenan nuestras acciones.

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