Por José Manuel Recillas Para Zulai Marcela Fuentes
Como un dulce ritornelo vienen las palabras de José Manuel Recillas para narrar los recuerdos y las últimas palabras de cuatro artistas que debemos contemplar en el misterio de su incompletud. El ritmo de estas palabras lleva como leitmotiv“en ese río de cosas que se pasan y se pierden”; el vaivén de esta aguas recuerda al lector lo importante que es dejar ser lo inconcluso del arte, en su propio devenir, sin sobreinterpretaciones que busquen poner fin o ‘completar’ aquello que es infinito tal y como es. La crítica mirada de Recillas nos acerca a escuchar los elocuentes silencios y la poética del vacío de la música y la literatura, por medio de una atenta e inesperada lectura de Hölderlin, Bach, Schubert y García Márquez.
La línea que separa a la realidad de la fantasía suele ser tan delgada. Marco Aurelio señaló: “La vida no es sino un río de cosas que pasan y se pierden”. Quizá por eso, Gabriel García Márquez acotó:
La vida no es lo que uno vivió, sino lo que recuerda, y cómo la recuerda para contarla.

Los datos fríos de un acontecimiento no son el hecho mismo, las descripciones química y fisiológica de un beso o de un amor no son el beso o ese amor.
En un relato de 1913, publicado en el Westermanns Monatshafte, Hermann Hesse recrea una visita de Wilhelm Waiblinger y Eduard Mörike al Hölderlin enajenado y silencioso, en casa de Ernst Zimmer.
En aras de un efecto mayor en el lector, Hesse se toma algunas libertades con los hechos registrados en el diario de Waiblinger, un oscuro y hoy casi olvidado poeta romántico, cuya mayor virtud fue la de ser amigo de Hölderlin y haber escrito su primera biografía.
La incompletud, que en el mundo de lo práctico es una mácula y objeto de descalificación por inútil, en el del arte es un enigma que fascina y seduce.
En efecto, poco antes de comenzar la redacción del Phaëthon (Stuttgart, 1823), el 3 de julio de 1822, el joven escritor suizo anota las impresiones de una visita a Hölderlin, y agrega haber recibido de la familia Zimmer un manuscrito del poeta con un himno en versos pindáricos que hablaría del dolor de Edipo y de Grecia, y en el cual aparece varias veces el adverbio nämlich. Estas características aparecen en el texto en prosa reproducido en la novela, y se supone son el ejemplo de lo que el escultor, protagonista de la obra, inmerso en el mundo griego e incapaz de vivir en el mundo real, hace.

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¿Qué nos depara a nosotros, simples mortales, la vida si no es el olvido y el silencio? ¿Quién abogará por nosotros cuando ya no estemos, si al parecer nadie lo hace mientras estamos presentes? ¿Quién tiene, o tendrá la última palabra?

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