La música sinfónica mexicana escrita durante el siglo XIX está protagonizada por personas autodidactas en el arte de orquestar cuyos esfuerzos individuales (como los de Joaquín Berinstain o Cenobio Paniagua) se rebelan ante el atraso de un entorno educativo con fallas severas en la enseñanza de la composición. Es por ello que las primeras sinfonías mexicanas pertenecen a compositores becados en Europa por Porfirio Díaz (como Ricardo Castro y Julián Carrillo) durante el cambio de siglo.
Por HRJ
Atraso en la enseñanza musical tras la Independencia
Cuando se consuma la Independencia de México (27 de septiembre de 1821) Beethoven ha escrito ocho sinfonías y trabaja en su Novena, Coral. La semilla del Romanticismo musical se ha plantado en Europa. Berlioz ya sueña con la Sinfonía fantástica, Clara Wieck cumple tres años y Johannes Brahms está a punto de nacer.
Sin embargo, en este nuevo país americano los estudios musicales, casi todos impartidos por maestros particulares en las salas de casas de gente acomodada, se limitan a transcripciones para piano de obras de compositores barrocos (como Vivaldi, Bach y Scarlatti) y a veces sonatas de Mozart, cuyo lenguaje enmarcado en el Clasicismo se considera una novedad. Es decir: la formación musical en México tiene un atraso de por lo menos 50 años y no contemplaba música sinfónica.
Las primeras academias fracasan por no tener recursos
Con la intención de modernizar los métodos de enseñanza, Mariano Elizaga funda en 1825 en la capital la Academia Filarmónica de México (primera escuela musical de América). Sin embargo, se disuelve por falta de apoyo. En 1839 José Antonio Gómez funda la Gran Sociedad Filarmónica, pero ocurre lo mismo: Cierra por falta de recursos.
Sin la posibilidad real de aprender el oficio de la composición, las personas que escriben música para orquesta en México durante la mayor parte del siglo XIX lo hacen de manera autodidacta, sin acceso a un formación sólida en el arte de la orquestación, y sus esfuerzos demuestran talentos extraordinarios que nunca se desarrollan a sus máxima potencia por no tener dónde o con quién especializarse. Por ejemplo: José Mariano Elízaga (1786-1842), José Antonio Gómez (1805-1870), Aniceto Ortega (1825-1875), Melesio Morales (1838-1908), Felipe Villanueva (1862-1893) y Juventino Rosas (1868-1894).
A continuación ofrecemos un breve acercamiento a dos de las figuras principales de esta generación de talentos no explotados: Joaquín Beristáin (1817-1839) y Cenobio Paniagua (1821-1882).
Dos talentos brillantes se truncan por falta de opciones educativas
- Joaquín Beristáin (1817-1839).- A los 17 años Joaquín Beristáin es un pianista de un virtuosismo expresivo desconcertante que no termina por resultar convincente a causa de su falta de técnica. Lo mismo ocurre con sus composiciones: desbordan inspiración e ingenio, pero carecen de solidez estructural. Quiere perfeccionarse, pero en México no encuentra dónde ni con quién. Así que funda su propia academia: la Escuela Mexicana de Música, donde por primera vez en el país se ofrecen temporadas sinfónicas y se presentan producciones a piano de óperas belcantistas, sobre todo de Bellini (como Norma y La sonámbula), a quien Joaquín estudia de manera autodidacta (sin acceso a sus partituras orquestales) para componer su Obertura primavera (1898), obra que conmueve por su alegre burbujeo y una vena melódica llena de ternura y brillantez que se extinguió prematuramente: Joaquín murió al año siguiente, a los 21 años.
- Cenobio Paniagua (1821-1882).- Estudia violín en la Escuela Mexicana de Música (fundada por Joaquín Berinstain), pero no encuentra maestros de Composición que le enseñen a orquestar, así que, al igual que Berinstain, aprende a componer para orquesta de oído (principalmente de las compañías itinerantes de ópera belcantista que se presentan en la Ciudad de México) y así, sin enseñanza formal, compone a los 21 años su primera ópera: Catalina de Guisa, cuya primera versión va corrigiendo a través del tiempo sin la guía de un maestro, pero sí del Completo tratado de armonía y composición de Antonin Reicha (que para la segunda mitad del siglo XIX ya está en desuso), hasta lograr una versión más cohesionada que tiene mucho éxito en México entre 1859 y 1863. Pero luego Cenobio Paniagua es olvidado y hoy en día sus más de 200 obras, algunas de ellas para orquesta sinfónica, son completamente desconocidas. Al final de su vida escribe un Réquiem que termina pocas horas antes de su muerte.
Porfirio Díaz abre en México las ventanas hacia las academias europeas
El anhelo europeo que marca las políticas culturales de Porfirio Díaz durante los 35 años que gobierna México (1876-1911) se extienden hacia la música: ofrece las primeras becas completas dirigidas a compositores destacados para que tengan la oportunidad de especializarse en las mejores academias europeas.
Hacia finales del siglo XIX el Romanticismo ha alcanzado su máxima expresión y comienza a dar muestras de agotamiento. Es la época de los grandes sinfonistas posteriores a Beethoven: Brahms (1833-1897), Chaikovski (1840-1893), Dvorak (1841-1904), Mahler (1860-1911) o Bruckner (1824-1896), y del surgimiento de nuevas estéticas, algunas de gran soficsticación sonora, como el llamado impresionismo liderado por Claude Debussy (1862-1918).
Al entrar en contacto directo con este mundo a través de cursos intensivos en academias tan exclusivas como los conservatorios de París y Leipzig, los compositores mexicanos desarrollan por primera vez en la historia una elevada capacidad técnica en la orquestación que les permite escribir las primeras sinfonías en la historia de México.
A continuación abordamos los ejemplos de Ricardo Castro (1864-1907) y Julián Carrillo (1875-1965).
Dos compositores que se desarrollan en toda su potencia y escriben las primeras sinfonías mexicanas
- Ricardo Castro.- Es el primer mexicano en componer una sinfonía (conocida como Mexicana;1883), un poema sinfónico (Oithoma, 1885) y un concierto para piano (1889). Hacia finales del siglo XIX se instala en París bajo la protección de Teresa Carreño (la mejor pianista latinoamericana de todos los tiempos); ahí se hace amigo de Cécile Chaminade (la más importante compositora francesa) y con el apoyo de Camile Saint-Säens ofrece conciertos en las prestigiosas salas Erard y Víctor Hugo. La crítica lo aprueba como pianista (ejecuta a Beethoven, Bach, Chopin, Grieg, Moszkowski, Liszt y Chaminade) y muestra interés por sus composiciones (principalmente por el Concierto para piano y fragmentos de la ópera Atzimba, como el “Intermezzo” y la “Marcha sagrada”).
- Julián Carrillo.- En 1899 ingresa al Real Conservatorio de Leipzig y se especializa en Composición, Piano y Violín bajo la guía de Salomon Jadassohn, Johan Merkel y Hans Becker respectivamente. Ahí compone su Sinfonía núm. 1 (1901) y su Sinfonía núm. 2 (1905), cuyas estructuras están enmarcadas en la tradición romántica de Alemania, país en el que ambas son estrenadas. Julián Carrillo regresa a México hacia 1907 y se dedica a impartir clases de orquestación en el Conservatorio Nacional (del que es director en 1913). En 1910 Porfirio Díaz le comisiona una ópera para celebrar el centenario de la Independencia de México, pero no puede presentarse a causa del estallido de la Revolución. Esa ópera se llama Matilde y es estrenada 100 años después de haber sido escrita (30 de septiembre de 2010) con la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí bajo la batuta de José Miramontes Zapata.
¡Carmina Burana! 🤩
